50 AÑOS DE GUERRA

CONTRA LAS DROGAS


 


Estamos en pleno proceso de superación de una plandemia cuyos efectos secundarios desconocemos totalmente. Vivimos un experimento a nivel global que veremos cómo acaba (cuando acabe, que puede durar años).

De hecho, este experimento sucede a otro que ha durado alrededor de 50 años: la Guerra contra las Drogas. Podríamos decir que, a nivel global, dicha Guerra se inicia con la aprobación del Tratado Internacional sobre Sustancias Estupefacientes de 1971. Cierto es que sucedía a un Tratado anterior, de 1961, pero este nuevo Tratado daba un paso adelante inmiscuyéndose en la vida personal de los ciudadanos para recortar sus libertades con la excusa de un problema de salud pública. El doctor Thomas Szasz publicó un libro titulado Nuestro derecho a las drogas en el que afirmaba que “el derecho a mascar o fumar una planta que crece silvestre en la naturaleza, como la marihuana, es anterior y más básico que el derecho al voto”. Hablaba en él del derecho del ser humano a disponer de su propio cuerpo conforme a lo que le dice su mente, denominando estado terapéutico a aquel que decide sobre la legalidad o ilegalidad de determinadas drogas, modificando los usos tradicionales de determinadas plantas en determinadas culturas para imponer el comercio de la industria farmacéutica. A este mismo estado, que llega a perseguir administrativa o penalmente a los consumidores de plantas milenarias como el cannabis, el opio o la hoja de coca, Antonio Escohotado lo calificaba como estado farmacrático.

El Tratado de 1961, básicamente, prohibía el comercio internacional de opio, hoja de coca y cannabis, y sus derivados. Fruto de este tratado, la Coca-cola, en cuya fórmula se incluía la cocaína (de ahí el nombre), se vio obligada a modificar su composición. Se resistió lo suyo, pero para 1967 modificó su fórmula y se quedó con la patente de la decocainización de la hoja de coca y la autorización para su comercio con fines médicos (la cocaína era un anestésico muy utilizado por los odontólogos). Eso sí: cuando se inició la distribución con la nueva fórmula había millones de envases en circulación a lo largo y ancho del planeta que fueron consumidos con total normalidad.

El Tratado de 1971 instaba a los gobiernos de todo el planeta a legislar contra el comercio interno de estas sustancias, y añadía otros productos que perseguir, ya fueran plantas o sustancias sintéticas de nuevo diseño, que podían alterar la percepción de la realidad. Básicamente, alteradores del sistema nervioso, ya fueran depresores (como la heroína), estimulantes (como la cocaína o las anfetaminas) o alteradores (marihuana y LSD, por ejemplo). Richard Nixon (Tricky Dicky) presidía los Estados Unidos y estaba indignado con esa pandilla de hippies que habían montado una orgía con 400.000 asistentes en Woodstock con la participación de las más grandes figuras del rock del momento, al grito de sex, drugs and rock’n’roll, y hablaban de pacifismo y ecología mientras protestaban por la guerra de Vietnam.

La marihuana llevaba prohibida en los Estados Unidos de América desde 1937, año en el que se prohibió el cultivo de cannabis y su comercialización en la Unión. Dicha prohibición vino precedida de una vasta campaña, que había comenzado ya a finales del siglo XIX pero que fue reforzada tras el fin de la Ley Seca. Como cuenta Jack Herer en El Emperador está desnudo: el cáñamo y la conspiración de la marihuana, los mexicanos abastecían de marihuana a los negros, que disfrutaban de ella y se dejaban llevar para crear una nueva música a partir de sus viejos cantos de godspell y que acabó llamándose jazz. En el barrio portuario de Storyville, en New Orleans, un joven Louis Armstrong aprendía a manejar la trompeta entre efluvios de cannabis. De ahí su eterna sonrisa. Años más tarde, su colega Mezz Mezrow le enviaba unos “arreglos” que eran “realmente buenos”.

En 1976 llegó al poder un hombre de campo llamado Jimmy Carter. Una de sus pretensiones era acabar con la prohibición del cannabis. Como buen conocedor del mundo vegetal, sabía de las virtudes industriales del cáñamo y de la importancia económica que tenía a principios del siglo XX, cuando se desarrollaron nuevas técnicas para su tratamiento que lo hacían competitivo frente al algodón. De hecho, durante un breve lapso de tiempo, desde 1942 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, se había legalizado de nuevo y, desde el aparato gubernamental, se había promovido su cultivo y uso ante las necesidades de tejido y cordajes del ejército americano. El náilon, descubierto poco antes de la prohibición del cannabis, no era suficiente. Pero el suceso durante el cual un grupo de americanos fueron secuestrados en la embajada americana en Teherán, provocó que no consiguiera la reelección y se impusiera un mal actor llamado Ronald Reagan, que impulsaría el neocapitalismo global y la Guerra contra las Drogas para imponer un nuevo orden mundial, en el que Estados Unidos sería el Gran Gendarme del mundo ante la inminente caída de la Unión Soviética.

El nuevo Tratado Internacional de Sustancias Estupefacientes se aprobó en 1988. Proponía perseguir a los consumidores para evitar el consumo de las sustancias prohibidas y acabar con todo cultivo ilícito de cannabis, hoja de coca y opio en un plazo de 20 años, para 2008. Obviamente, dicho objetivo no se consiguió, sino que, por el contrario y tal como había predicho en España el Grupo de Estudios de Política Criminal formado por eminentes juristas y especialistas en derecho, provocó un incremento en el cultivo y consumo de las sustancias prohibidas y el reforzamiento de las organizaciones criminales dedicadas a su tráfico.

Así se llegó a 2008 con países muy dañados por la Guerra emprendida contra cultivadores y consumidores que pretendían reducir los costes que, a nivel regional, habían pagado en muertes y desestabilización social. Algunos presidentes de Gobierno, como el mejicano y el boliviano, y otras personalidades públicas se mostraron en contra de continuar con dichas políticas. En Holanda, desde el propio 1971, se había seguido una política de no agresión contra los llamados coffee-shops, donde los ciudadanos nativos y extranjeros podían proveerse de derivados del cannabis sin exposición a castigo alguno. En algunos estados de EE.UU., empezando por California en 1996, se habían legalizado mediante referéndum popular los llamados clubs de consumidores de cannabis, en principio sólo para usos terapéuticos. Eso sí: con la amplia variedad de usos terapéuticos reconocidos, no era difícil conseguir una receta. Bastaba con hablar con el médico de la asociación para obtenerla. Si uno no padecía esclerosis múltiple, o glaucoma, cáncer, sida, epilepsia, o alguna de las otras muchas dolencias graves para las cuales su uso estaba ya medianamente comprobado, podía bastar alegar insomnio o ansiedad para obtener la deseada receta. En España, tras el precedente de ARSEC, pionera en nuestro país, había alrededor de una treintena de asociaciones que defendían la regulación de su cultivo y consumo, algunas de ellas con cultivos para la distribución entre sus socios. Incluso en algún caso como el de la vasca Kalamudia (posteriormente Pannagh) se había llegado a los tribunales con resultados positivos. Incluso se había formado a principios de siglo un partido político, el PCLYN, que se había presentado a las elecciones en un par de provincias, con magros resultados. De ser una propuesta seria que hablaba de las múltiples propiedades del cannabis pasó a ser una caricatura de los tópicos acerca de los fumetas. Por el contrario, Representación Cannábica Navarra (RCN-NOK) inició con una fiesta por todo lo alto en Pamplona un camino que la ha traído hasta la reciente presentación en el Senado de un proyecto para la regulación de los clubs de consumidores de esta planta en nuestro país.

En el 2009 se aprobó un nuevo acuerdo que, vista la inutilidad del anterior, proponía reducir al menos a la mitad los cultivos ilícitos de las plantas prohibidas en 10 años, y hacer una evaluación de los logros conseguidos a mitad de dicho decenio. Llegó el 2014 y no sólo no se había reducido nada sino que, por el contrario, los cultivos y el consumo habían seguido incrementándose. Más estados americanos habían legalizado mediante referéndum su consumo, ya no sólo terapéutico sino lúdico. “La Guerra contra las Drogas ha fracasado”, titulaba el New York Times mientras el Presidente Obama declaraba oficialmente el fin de dicha guerra. Pero todo era una ilusión.

Llegó 2019 y no hubo manera de llegar a un acuerdo para un nuevo Tratado. Con ello, los gobiernos, o parlamentos, de todo el planeta están libres de ataduras para legislar sobre su cultivo, distribución y consumo. En países como Canadá puedes comprar por correo todo tipo de variedades a precios variables, según la calidad de la marihuana. En Uruguay, inspirados por el modelo que plantean la mayoría de asociaciones españolas, agrupadas actualmente en diferentes federaciones, se aprobó la distribución en clubs de consumidores, el cultivo para uso personal y la distribución en farmacias, poniendo un límite de 25 gramos (poco menos de una onza americana) a la tenencia callejera. Y en España, pese a las propuestas presentadas para su regulación en diferentes parlamentos autonómicos, alguna de ellas aprobada y luego tumbada por el Tribunal Constitucional, se sigue castigando al consumidor por la más mínima tenencia en virtud de la Ley de Seguridad Ciudadana, se acosa a los clubs de consumidores y se encarcela a dirigentes de los mismos mientras grandes empresas internacionales cultivan decenasde miles de hectáreas para usos médicos y cosméticos. Aunque no haya sido difundido en casi ningún medio, el Senado español tumbó este mismo miércoles 22 de septiembre de 2021 una propuesta para la regulación de los clubs de consumidores, con los votos en contra de PSOE, PP y Vox. Ahora veremos qué pasa en el Congreso con la iniciativa que va a presentar Unidas Podemos, pero, visto lo visto, no hay muchas esperanzas de que prospere. Mientras, Marruecos lo ha legalizado. Curioso.

A pesar de las dificultades para obtener materia prima para el estudio médico de los efectos de la marihuana, a lo largo de los últimos 25 años se ha avanzado mucho en el conocimiento de sus efectos en el sistema nervioso y en el metabolismo humano, en general. Se ha descubierto el llamado sistema endocannabinoide, propio de los mamíferos, sobre el que actúan directamente los diferentes compuestos existentes en la planta. Se han estudiado las propiedades terapéuticas de sus principales componentes por separado: el tetrahidrocannabinol (THC), el cannabidiol (CBD), el cannabigerol (CBG), el cannabinol (CBN)… De todos ellos, el único perseguido en la actualidad y que continúa en la lista de la Organización Mundial de la Salud como sustancia sin utilidades terapéuticas y por ello, droga perseguible, es el THC, por su carácter euforizante. Efectivamente, es estimulante y su uso suele provocar risas en los principiantes y no tan principiantes. Mejora el humor. De ahí que los porros hayan llegado a recibir la denominación de cigarrillos de la risa. Pero está claro que eso ofende a algunos, temerosos de ser ellos los causantes de la hilaridad. No es bueno el cannabis para la gente que se toma todo en serio. El cannabis incrementa las sinapsis (conexiones) nerviosas y regenera la mielina que recubre las neuronas, de modo que ayuda a descubrir otras facetas de la realidad y a veces dispersa los relatos, de manera que uno llega a perder el hilo de su discurso.

La Guerra Contra las Drogas ha fracasado. ¿O no?






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